Trampas amarillas

Las trampas amarillas se revuelcan sobre la tierra practicando la aridez, ejerciendo la hegemonía de un vendaval y alimentando la escasez.

Los sueños son imposibles de cumplir en este escenario, pero sí los insectos duermen siestas eternas en la noche prematura, donde la vejez del horizonte se abraza al calor de la meseta.

Aquí los dolores explotan entre besos secos, se cubren el desamor en sus recovecos, son infieles a sus amores los alacranes, no se aburren entre el rugoso sudor del fin de la tarde.

Pero en Las Grutas la brisa refresca suavemente la tempestad interna, reabre su pasión con un cañón, y de una tenue devoción la infecta.

Acá se despiertan los grillos, se airean los felinos, se humedece mi alma del ejetreo posterior a tu encanto, y las heridas mastican unos chocolates livianos mientras vuelven al llano, y en la ruta se han desublimado.

Aletean los cabellos del gentío (son las ondulaciones de la incertidumbre). Pisan el agua y compran caramelos, cargan los termos para el mate mientras yo recuerdo el momento en que comencé a amarte, cuando no me miraba nadie, y descubrí en tu mirada un calor insoportable.

Aún debemos pasar por West Saint Anthony, y luego Red River. La provincia de Río Negro tiene un hedor que me persigue, ese entre sequedad y pastos verdes que amontona escombros y raíces, aquél que me insiste, donde aún se desarrolla este deseo que te invita a sentirme.

22 y 23 de diciembre de 2016.

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