La posada


La posada

Pasan desapercibidos los recuerdos de Belén. Surge la energía del fin de año, de que algo nuevo lavará los dientes del anterior y por fin se quebrará la mala onda. Por eso se golpea con tanto fervor la piñata. ¿No es así?

Entre algodón de dulce, manzanas azucaradas, elotes y churros asistí al primer evento de mi vida donde se recibe aunque sea un mínimo regalo, mas allá de un sorteo. Pero como primer gran intersección antes del banquete, había que disimular la escucha de un discurso político remembrando anécdotas pasadas y conjeturas acerca de las buenas actuaciones deportivas del año. Parecía una misa, me hizo acordar a las charlas de domingo del sacerdote, allá en Trevelin, donde el frío coexistía con bancos duros y aseveraciones de rostros, disimulos, sonrisas falsas y falsas conciencias momentáneas. Por lo menos de parte del mayor número, aclaro.

Después del ente regulador entre la paciencia y la tolerancia, nos decidimos a aturdirnos entre alcohol (buena excusa para festejar en la posada) y manjares alimenticios. Para los tradicionales, unos frijoles charros envueltos en un tierno caldo, y para los niños unos cacahuates eran la antemesa al platillo principal.

Los ojos me sudaban, jamás había visto tal despliegue en una fiesta organizada por el lugar de trabajo. En ese momento no lo era, en Monterrey todo trabajo es excusa para reunirse los jueves y viernes por la noche y hablar de cualquier cosa, o vecino, o compañero (que no nos escuche, por supuesto), pero también es reunión, es amenguar dolor, es creerse por un rato que somos libres, que el festejo nos llevará a otro mundo, a otra posición ante nuestros jefes y ante posibles nuevos amigos.

Más tarde llegó la carne asada junto a las tortillas. Hay una exquisita sensación de lejanía, disfrutar de la tradicional forma de comer argentina con el condimento mexicano que todo lo quiere envolver en tortillas o cambiar de sabor ¿Por qué comes sin chile?, ¿por qué no le pones salsa?, son las recurrentes preguntas de mis compañeros. A pesar del apartado especial que significa tener al picante en la mesa, mi voluntad es más fuerte y comió la carne en si, con el sabor normal, con el sentido y el sabor del carbón o la leña.

Pero la posada no es sólo un momento de comida, también es un momento de regalo. Cada uno de nosotros debía sacar un número, y en un sorteo posterior sabríamos cual seria nuestro gift. Por supuesto, a nadie debía faltarle uno, y a nadie le faltó.

La comida, la bebida y, por supuesto, el baile, son dignos representantes de la posada navideña. Y pensar que todo comenzó como una tradición de visitas a las casas de las familias mexicanas, pidiendo alojo y posada en días anteriores a la llegada de la Navidad. Y la mutación del tiempo tiñó con los colores del festejo y la necesidad de compañía semejante fiesta.

(De vaya a saber cuándo, algún día de 2006, para el cuasi libro aún no finalizado "Entre héroes y extraños").

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