El ventarrón de Dalí


Este ventarrón frío y seco se asemeja a Dalí y a su troupe de artistas surrealistas. Quiero dar una pequeña insensatez por sentada: tal es así que este porfiado viento también se parece a mi alma enamorada, que se sofoca en el tránsito lento hacia su propia redada, acalorada y vertiginosa como pocas, aturdida por tu seducción venenosa.

Justamente es el momento de la clase de Lengua y Literatura en el Regimiento. No diré de qué curso, pero es martes. Mientras los chicos leen el cuento fantástico "El escuerzo" de Leopoldo Lugones, recuerdo cuando yo también lo hice a fines de los ochenta en la escuela secundaria de Magisterio de Esquel. Me sorprendió. Me gustaban esos cuentos extraños donde lo desconocido recitaba su parte en la historia e increpaba a tu entendimiento. Y me acuerdo que, tomando como referencia esa trama, nos hicieron escribir otra, personal. Quizás esa fue la primera vez que escribí un cuento (y me parece que la única), y hasta me emocioné con los resultados. Si mal no recuerdo, el título fue "La hora señalada". Vaya a saber de qué trataba, pero era mi primer pequeño "grandioso" triunfo en mi encuentro con la Literatura, con la que tal vez no me lleve de la mejor manera. Es como de esas relaciones en que una ama más que la otra. Es así, una situación dispar.

No había materia mejor que ésa. Tuve hasta una profesora española en tercer año, leímos "El Mío Cid", "El Quijote", "El lazarillo de Tormes", "Fuenteovejuna" y poemas de Miguel Hernández (entre los textos que recuerdo). Sin embargo, lo que más apreciaba de la materia no era tanto la Literatura como la Lengua. La ortografía se convirtió en mi pasión y la gramática en una diversión.

Antes una podía divertirse descifrando enigmas lingüísticos, y hoy se los sufre. Antes jugábamos con las palabras, y hoy nos aturdimos con su desparpajo y hasta con su indiferencia. Porque los humanos a veces pecamos de indiferentes, como tratando de evadirnos de lo no conveniente y consumiendo pedazos de placeres potentes.

¿Me estaré proyectando en el prado de la indiferencia? Quizás bebo sorbos de su propia medicina, y me ha entrado la venganza por la esquina. Ya no sé si somos omniscientes, protagonistas o testigos, o todo al mismo tiempo en diferentes partes de nuestras historias. Pero sí afirmo que de nuestras penas poco podemos responsabilizar al alma ajena.

Afuera clama el viento en su entrega medular sobre las ramas, unas se revuelcan en sus sombras y otras se mueven con una sinfonía idiota y sus apuradas notas. Los alumnos charlan entre ellos consultando sobre las actividades. También me consultaron por la pequeña herida en la mejilla, debajo del ojo derecho. Y es que me saltó encima un pequeño trozo de carbón encendido, cuando preparaba el sábado el fuego para el asado que compartimos con Emi. ¿Seguirá saliendo así el carbón, con esa personalidad de fuego artificial y con el desapego de un ser desleal?

Tengo tantas, pero tantas preguntas, que ninguna quisiera hacer en voz alta. ¿Para qué? ¿Servirán de algo las respuestas? Porque atino a pensar que la liviandad es mejor que resolver consignas inconclusas, con sus maniatadas figuras y sus explicaciones difusas. Me he propuesto un objetivo, pero el camino es silencioso y malandrín, de mis dudas es testigo. También me autoconsulto sobre los resultados. Pero en este silencio es imposible avanzar. Mejor dejar pasar.

Siempre hay una buena excusa para no trabajar, que si es difícil, que si es largo, que si es aburrido...y también nos encontramos con una pared desmotivacional. Pero la esperanza se pasea cuando vemos asuntos atendidos, cuando alguien come distintos caramelos o en el momento al que a la brisa le brota el terciopelo, y ya todo vuelve a interpelar a la negociación en el abrazo, aunque las ráfagas se insulten entre ellas finalmente se rendirán ante el tiempo y su regazo.

Para el viernes pronostican 25 grados (hoy tenemos 10). Al final, el tiempo parece ser más cambiante que el ser humano.
15 de noviembre de 2016

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