Cuando uno ya no lo es todo (o parcialmente) en la vida de alguien


El silencio rodea la especie. Hay una sabrosa fisura existencial, tenebrosa pero jugosa. La falta de sonido tiene en su pierna una herradura mojigata y apetecible. El sabor inunda la noche, pertenece a su secreto, lo construye, con paredes melosas y andrajosas, todo se derrite y se cae alrededor, todo sabe a distancia y absurda consolación.

La noche se divierte con la sal, el moho con el rostro encremado (mirá que me pongo cremas en la cara desde que tenía catorce años, ideas de mamá), el estómago con sus ruidos. Cruje la distancia y asevera la deserción. Pasan los cartones del olvido, se pasean restregándonos en la cara sus triunfos, triunfa la lipotimia del deseo, gana la ceguera de la perseverancia.

Pero no, es la falta de entusiasmo, eso es, es la instancia en el camino de no hacer frente, y es la pasividad de la prestancia. La severidad de la falta de lucha y la temeridad de no saber si se ganará al continuar. Se relame la inconstancia, se divierte la sangre legendaria, se dibuja con pinceles y se pinta con agujas, la radiación del olvido te embruja. A eso le llaman, creo yo, temor a la incertidumbre, como si vivir estuviera basado sólo en certidumbres.

Nada tiene sentido ya cuando nos hemos acostumbrado a otra cosa ahora irreconocible. Es falta de huevo, una gallina que no los pone, un pollo que no crece. ¿Tan disímil es para el ser acoplarse a una vida? ¿Tan inoportuno es este final, que no se sabe aún si ha causado una herida?

01/12/2015 , 23/11/2016 y 30/11/2016

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