Depresión amedrentada

Las voces pueden más que las paredes, la pintura se eriza porque la susceptibilidad desespera, el derecho empieza por traspasar la decisión. Cuando algo se dice se hace por algo, pero cuando algo se lee se interpreta según el lector. No siempre es la primera intención del escritor, y el texto es una decoración: hay que saber escuchar cuál es su canción.

Una palabra cruza el umbral como debilitándose, sus pies están cansados, oyen el rumor de un vértigo acelerado, la nube envuelve sus penas, el viento recicla su dolor. Decir es tan sincero que duele (duele bastante) y escuchar es tan filarmónico que asusta. Y aunque a veces las frases puedan envolver entre flores las esquirlas y las chinches, finalmente quien ahonda en su vida descubre lo que vive.

(Me molesta un poco que cada quien que entre a esta oficina te quiera dar un beso, y me atonta el pensamiento en todo momento parar esta discusión que tengo con el día, ya que la quiero concluir).

Viene galopando entre sueños la palabra, te quiere alcanzar, pero un pozo le atrapa la ilusión, la hace indiscreta, la desviste, la entrega al gentío, y ella sólo quería tocarte el corazón.

Los lunes a veces comienzan con el picoteo de los pájaros en las chapas, los rayos a veces también saben que es lunes y se meten suavemente por mi ventana para despertarme, pero hoy no hubo insomnio, la luz descansa, como lo hacen los pájaros, y el pensamiento constante de vos ha dormido entre las sábanas gastadas y arrugadas. Me puedo permitir una depresión amedrentada, que no me estorba pero que me agota, sólo por hoy.

05 de diciembre de 2016.

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