"Gente que va y que viene"

El hormiguero corre parejo, pero camina desparejo, rodea las palmas de sus ojos y se sienta a mirar pasar el mundo, como si el mundo fuera un estorbo y la reina hormiga su abrojo.

Encontrar una mirada en este desparpajo de gente sería eterno, como el amor que siento. El calor golpea el vidrio, se adueña de su conciencia, y yo me acribillo en este maleficio, que no es ficticio, pero si tiene los dientes fríos.

El Río de la Plata navega con sus grises compañías, las desintegra en su paseo y vuelve a sentir su deseo. Es un ecosistema que considero lúgubre si en el agua no anida tu lumbre.

¡Peligro!, el hormiguero eleva un grito, y detrás de una cola de hormigas van pasando los gigantes con ruedas jugando a la rayuela. Todo esto es del mundo y su ceguera, no de seres que vuelan.

Los agentes libres de impuestos van y vienen, cruzan los pasajes de un viaje a otro, y entre murmullos y risas se entretienen. Sobre remolinos de congestión se toman un café, y a pesar de todo tienen fe, como yo que, aunque cace un resfrío, desembocaría con mis ojos en tu río, porque nada está perdido.

Me propondría jamás desintegrarlo, porque sería un acto estrafalario, sectario, y prefiero ir criando besos en sus manos, para recargarlos, sin escándalo, y que sean de tu agrado.

Pensar que las cafeterías de la señora verde se habían creado para pensar, o estudiar, no para de la gente ponerse a burlar, pero los países abren sus diferencias con las cicatrices que han estado tantas veces ocultas en sus matices, y ahí el bullicio descomprime el llanto, pero se olvida el motivo por el que ha lagrimeado tanto, que persiste, hasta que la cura definitiva le bese los labios en un cine.

05 de enero de 2016.

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