Sólo porque lo que dura no para de durar

 

    A pesar de todo, hoy nos salió bastante bien. No es fácil llevar adelante una jornada de lectura, donde la lectura se está convirtiendo en general en una actividad a la que la gente (algunos seres) parece escapar. Hay obstáculos lamentándose en mi hombro. Duelen, y le duelen al hombro. Como que otra no hay.

   No sé si es el futuro que no está o es el presente apercibido por la nada, es como un néctar de inconmensurabilidad. Vos pensás que das un paso, pero ese paso es sólo una huella hecha por el viento en sus días de descanso. Vas articulando con tu testarudez alguna que otra gana, pero es apenas un diluvio que no se atreve a enfrentar la tempestad. ¡Si tan sólo estuvieras! Pero nadie está. Nadie oye. Los autos transitan sus caminos sin observar y los robots se hunden en su mundo de metal. Hasta los quirquinchos, con ese caparazón duro y sombrío, pasan sin mirar. Los pájaros se despejan solos en sus nidos, y a la mañana le cuesta brillar. Vos anticipás lo que puede pasar, pero sólo es un atrevimiento del corazón que quiere seguir, y que aunque esté cansado no se atreve aún a desvariar. 

   Entrás en un aula y no es el murmullo de siempre, es una descendencia de la enemistad. Pero es sólo un desatino pensar que esa sensación perdurará. Nada perdura tanto tiempo como para que te creas que has ganado todo, el todo te ganará, y vos deberás ponerte a luchar. O renunciar. ¿Qué harás? Y a pesar que en el momento todo haya salido bien, me cuesta pensar en lo que sigue detrás, me cuesta insistirle al después. ¿Deberé pedirle permiso también para respirar? Porque un abarrotamiento de horas no quiere claudicar, no se pueden clasificar, ni saben dónde vivirán, pero te siguen anticipando la hecatombe en tu columna, como si te dispararan señales a las que no podés acceder por el solo hecho de pensar, ya no alcanza con pensar. 

   Mis preguntas son: ¿cómo es posible el después cuando las ganas de escribir se van? ¿Cómo es que la vida se te puede desaparecer de las manos, así sin más, cuando sólo atendés los reclamos de tu propia necedad? Es que no, ni siquiera el silencio te quiere reclamar. Así se quedará. ¿Cómo es posible que la falta de ganas de escribir se relacione íntimamente con las pocas ganas que tiene el corazón de latir? Sólo duele, pero no se escucha, ni siquiera agoniza. ¿Dónde se ha escapado la alegría? ¿Dónde se atribuyó la paz su derrota? ¿En qué momento preciso los golpes se te empiezan a pegar? ¿Hasta cuándo durará? ¿Cómo harás que la duración deje de durar?

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