Entre marzo y abril

Estoy vagando entre el cielo y el infierno, recorriendo suaves gemidos del viento y andando sobre la humedad de las entidades amorosas, que viven de mentiras piadosas: las verdades son pecaminosas.

Y vos, tan infierno sos que hasta te convertís en cielo, atravesás los pasajes movedizos de mis párpados y mis silencios. ¡Y deseo gritar que esto es libertad!

Sacudo la inocencia del pantano, ¡libres son los condenados! Vierto una dulce tempestad sobre la desigualdad, nos vemos y no nos reconocemos, pertenecemos a mundos distintos que se chocan con ácidos cítricos, pero te veo y me desespero, del infierno me hacés huir al placer y siento que a tu lado puedo envejecer.

¿Cómo se olvida la marca de la vida? Vivís en mí como oliendo a tierra, atardecés en mi siesta, merodeás por los párrafos que escribo como si el tiempo no perdiera sus estribos, ¡que me destituyan del amor si no te miro!

Pero quietita está ahora la tarde, se arrumaca en un vientre estable, los besos están atornillados en las paredes de los mares, como esperando que los días pasen.

Por algo todavía no es lo que es y tiene hambre.

29 de marzo de 2017

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