¿Amar?

El amor no existe. ¿Quién puede negar esta afirmación? O quizás existe solo, vaga solo, come solo, deambula solo, tiembla solo, pide solo, cuando no es correspondido.

Madruga, se levanta, vibra con los sonidos de los pájaros y se afirma en su péndulo. ¿Voy para acá o para allá? ¿Me desvisto y me muestro o me escondo? Dar a conocer tiene sus riesgos, ya no hay apelación, no hay retorno.

El amor escucha del ser amado una palabra y la guarda como obsequio impoluto, pero más tarde es testigo del enjuague visual, o de lágrimas en las mejillas, y se echa a descansar.

No hay forma de desestabilizar el poder del dolor, no hay manera de rociar con un extintor el nudo en la garganta. El amor espera, pero más allá de eso, desespera.

Tan difícil es que exista humildad en el amor...Choca desesperadamente con su propio éxtasis, una y otra vez, como generando un impulso onírico, como utilizando zancos para privilegiar su propio sonido.

Ya lo decía el filósofo, el amor es una desviación del conocimiento, no aporta ni contribuye nada hacia el buen ejemplo científico, sólo sirve si cabe analizar en él las cuestiones mentales y las generaciones cutáneas y subcutáneas de su existencia.

Y luego, como un gigante entre máquinas cuerdas, entiende, medita, cae en la cuenta de que amar es su máximo tormento, su mejor entretenimiento y su más grande deseo.

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