Besarse con los labios

¿Cómo vas a conocer el beso del otro si no dejás que te bese?
¿Cómo el otro va a conocer tu beso si no deja que lo beses?
No te apresures, disfrutá, la boca necesita templarse del movimiento fóbico y salado del mar, exprimir el jugo como si fiera una naranja insegura pero madura, desarrollar consistencia con el movimiento de los labios dentro de la cavidad amorosa, acelerar el goce en la equidad del aliento, como si se abrazaran allí pétalos de una rosa.
Si una boca no permite, una boca no disfruta. Y si ambas bocas permiten, ambas bocas se convertirán en una.
Nuestro desenfreno provoca quietud en el otro, asimilación de consternación y apresuramiento del ocio: no hay que cometer errores tan tontos.
Dejemos que ambos cocientes intelectuales del deseo se revuelvan la piel en el camino, y una vez allí adentro podremos desperezarnos de tanta agresividad sin sentido, con los suaves movimientos, atrapados en la sublime tempestad, abrazados en contracciones de saliva milimétrica, que vamos juntando con emisiones eléctricas.
Que los labios recreen la conjunción, aunque el tiempo esté tan saturado de contradicción.
La juntada no se parece en nada a una reunión de amigos bebiendo cerveza, se parece al desarrollo descomunal de la belleza, con sus ondas entrelazadas, enamoradas, despelusadas de apariencia y entregadas a la bendita demencia.
Aunque los labios estén cansados de tanto andar, siempre encontrarán nuevos pinceles para volver a pintar la justificación de la humanidad. ¡Pero es necesario quererse besar!

16 y 17 de octubre de 2017

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