Hambre al atardecer

Yo no sé si todo cambia por cambiar, pero el azul del televisor se puso a temblar, vaciando su contenido ficticio sobre mis vicios. La biblia ha ejercido su sacerdocio en la tarde, y yo tengo la razón desplumada de hambre. Volver a peinarme, despeinarme, el estilo está que arde, parece que el olor a la madera hueca va a despertarme (yo que ansiaba treparme sobre la siesta para olvidarme), pero sigo por vos tirada y despierta, a punto de desbalancearme. ¿Dónde están las chinches que han succionado hasta los hilos de la conciencia? Se van desnudando con sus alas y se acercan, por fin no se fijan en el físico, las llamadas del mar son todas iguales, hasta para los cínicos, y no habrá vuelta atrás ni podrás sentir una vez más lo que no te dan. Las imágenes mojadas por las miradas han erupcionado en la cafetera enjabonada, ¡si el detergente hablara! En una bolsita de trapo puse los latidos, no quiero que se mueran en un cuarto sombrío, ¿los acariciarías cuando pase el gentío? Aún hay algas hasta en los ríos, aunque temo que el deseo se quede dormido, ¿lo despertarías antes de que se lo lleve el frío? Quedarse, moverse, cuestión de insistir en ser viva antes de ser la imagen de los lentes, mientras se pueda seguir siendo valiente la cobardía apenas será viruta entre la gente, y vos caminarás oliendo tu propia fragancia, la de los otros estará dentro de la ignorancia. Muy vos, muy yo, te quiero en la cuerina colgando tus piernas con las mías, recolectando silencio en la desnudez de lo oscuro, y que sólo huelan a sombra las sílabas que no te nombran. No me hagas desear tanto explotar de amor como una tromba, sentada sobre tus venas y meciéndome como una boba.
22 de julio de 2017

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