En palabras de la minoría

Si la mayoría busca complacer al gentío, la minoría pretende ser de la humanidad sólo un río. Salpicar con piedras los soliloquios, desprender sus cadenas al viento, principar como actores del tiempo, aunque con sus aguas no se hagan experimentos.

Pero el amor es finalmente ser con el otro. Otra cosa es. Aparte de todo, con todo. No hay libertad en la soledad, y la soledad no es imperativamente la calma de la libertad.

De nada sirve que gustes por aquí o allá, o que no se aprecie para otros tu verdad. Amar es un desquicio que cuando lo encontrás no mira todo lo que hiciste atrás, sólo practica elevar conciertos entre gritos sabiendo que su armonía es, a pesar del canto de los grillos, lo que te eleva al infinito.

La cebolla me ayuda a hacer lo que mi voluntad se niega a verter sobre el contenido de una página, paciente, que me espera con su sátira. ¡Este escrito es una trampa!

La sensación en el estómago...es el momento de producir el efecto, de cantar a las nubes en la neblina y en esta brisa repentina. Y en el medio del proceso, un eclipse me vuelca a su escondite, adentro me veo, en medio de lo oculto, tapándome, pero no, ¡quizás sea tiempo de asegurarle a mi deseo lo que busco!

La vanidad cumple, a destajo, su voluntad, se entrega al encuentro que persigue la libertad, viaja en forma ascendente pero astringente, se va bebiento cada gota que el placer aporta, denostando el entendimiento que sólo sabe de aprecio, volando hacia lo incierto. En el pudor, con tu mirada me tiento, pero no la encuentro.

Antes el amor no se cuestionaba si eras libre o no, porque ser libre era amar deshojando poemas en un pupitre, o llenando de besos lo comestible, o pecando con pulpa de frutilla sobre un aljibe.

Antes el amor no hablaba de soledad porque abrazar no era tu cárcel en la posteridad, era el milagro de la eternidad.

Antes el amor no pensaba en el tiempo de la fiesta, porque sobre el cuerpo amado y displicente, inherente a lo urgente, disfrutabas dormir la siesta, saboreando el aire de un ventilador que hacía de tus caricias una cena mejor.

A veces supongo que soy cursi, ¡absolutamente! Y me hallo sola en un descampado de palabras que se tientan con salir de entre las matas, pretendiendo saber qué es amar para mí y para el otro, como si saber fuera para ellas la convicción que las idolatra. ¡Y el desierto se concentra en sus espinas, y la efervescente mirada del horizonte las domina! Son palabras nada más, urgando sobre su beneficio existencial.

Es mentira que el amor no gana, pero sí ha perdido fama, es preciso congelar los dedos del deseo y conformarse con dar un paseo sobre una noche pegajosa de enero. Pero ojo, que el ruido es un arma peligrosa, te ciega, te altera, te desvela, de tu falta de amor se alimenta.

Insistente en mi postura voy perdiendo estatura, es como aplastar una fruta madura. ¡Mis palabras desordenan mi escritura! Pero te amo, con el corazón en la mano, latiendo, temiendo, enloqueciendo, y con sus venas en tus deseos va cediendo, de tu copa bebiendo.

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