Y leo

"Y yo me enamoré, y no olvidaré ese día".

Y leo, leo, tocando el deseo como un logotipo tatuado en este espacio de tiempo, como una pizca de pimienta que se altera en el verdeo. Y leo, leo, en el concepto de esta tarde que aprovecho luego de haberla desaprovechado, porque en todo momento te veo.

El agua de la laguna parece un mar que con la furia del viento se eleva ante mi, es un renglón de escepticismo frente a esta lectura que leí.

Veo el pequeño punto rojo del sahumerio encendido como un retrato de mi libertad absurda e indomable, que se agota cuando te pienso y circula por mi nariz haciendo grumos formidables.

Desprecio tu sinceridad (pero la amo), que se acerca desdichada permitiéndome tomar de a sorbitos muy pausados tu piedad. No te vas a deshacer de mi tan fácilmente. Aunque me invente historias que no ocurren y aunque me pliegue a tu inexistencia, recrearé un método para pasearme por tu alma, aunque no la posea, aunque no me pertenezca, transitaré con mis caricias, como si fuera un tránsito de espanto, pero llena de encantos (y no sabés cuántos).

Así y todo (después de esta lectura de Barthes) me ubicaré en tus adentros en mi silla de mimbre, balanceándome vertiginosa hasta hacerte suspirar, o sudar, como una estrella en el mar, que en la fiesta de la noche deja de vibrar (y que absurdamente se olvida de titilar), para luego con mi amor volver a respirar.

Tendrás que poder ganarme, relajarme el aliento, cansarme con el viento, aceitar sus desencuentros, desenterrar las migajas, dejar mis defensas bajas, porque esta irrealidad que leo y que acaricio por tu clara sinceridad (contra la que lucho frecuentemente), me susurra al oído por las mañanas y las noches, incitándome a continuar.

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