"Una piedra negra en medio del alma".

Me lo preguntaré una y ochocientas cincuentas veces más, ¿vale la pena? Haber dejado de escribir en prosa para pulir versos con sonido ajeno, ¿vale la pena? Cada respuesta es errónea, porque sólo hay una que sería verdadera, y no sé si esa lo será también en alguna medida porque quizás ni siquiera la pregunta tenga sentido alguno. Me lo preguntaré de nuevo, ¿vale la pena? Esperar por un milagro que se conjure con el amor, y que cada paso que dé sea precisamente para comprobar que algún día pueda ser, ¿vale la pena? ¿A quién puede importarle hoy la felicidad?, es tan finita como esta miserable interrogación, juega con su dentadura sucia de día y se nos presenta mostrándose con todos sus dientes blancos de noche, de frente, ante nuestros ojos, de pié, altiva y serena, luminosa y endiablada, pero orgullosa de ser quien es, para tentarnos con su pasta adictiva, pero un día se aburre y se va detrás de sus nuevas diversiones. Por eso, ¿vale la pena? Alguien alguna vez se pregunta cosas, pero sólo es una vez, porque sabe que la pregunta hiere la quinta arteria del corazón, y preferirá antes no dañarla y no tener que suministrarle pastillas anticonceptivas de sueños, ¿por qué aún no han sido aprobadas? ¿Vale la pena preguntarse por la anticoncepción? ¿O es que tenemos que trabajar siempre la solución? Un día más como tantos, y como ninguno, le hace arrullos a mi corazón, y voy descompuesta de amor, me tomo unas pastillas, pero no hay remedio alguno contra la ilusión. El camino es largo, y el tiempo da una lección. Me lo creo para hacer de cuenta que la felicidad existe, pero no sé si será o no será. Y no voy a ningún lado porque muchas veces no sé a dónde ir, tampoco quiero quedarme, pero me quiero ir. ¿Llorar en vano es verdaderamente llorar? ¿O son sólo lágrimas cansadas de anclar? Mientras lo que llega se adereza con inventos, todo parece normal, pero cuando te das cuenta las cosas parecen ir mal. No quisiera que se vaya febrero sin haber salvado hoy mi corazón, o mañana, o cuando sea, la reverencia es cuidarlo y dosificar sus excesos, aunque no entiendas por qué está tan quebrado y ya no pueda ser del todo reparado. Al menos tenemos la libertad de haberlo intentado, una y otra vez, seguirlo intentando.

26 de febrero de 2019

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