¿Por qué no hacerlo?

Enojarse es un sentimiento puro y honesto, sobre todo, honesto. ¿Por qué no hacerlo? Cuando el perfume ha pasado de piel y las reverencias se realizan hacia el suelo, sin mirar a nadie y declarándole el amor al duelo, ¿por qué no hacerlo?

Cuando la fragancia se ha hecho inmune a los sueños, y ya poco queda por remediar, ni siquiera tu desquicio eterno, ¿por qué no hacerlo?

Las dudas se relamen y las esferas desorbitadas se contraen, y si la alucinación es nada más que un camino sin regreso, ¿por qué no hacerlo? No quería, pero, ¿por qué no hacerlo?

No somos perfectos, por si no lo sabías, te lo recuerdo, pasamos de mano en mano y de vista en vista, formamos parte del todo y cuando llegamos a casa la nada nos impone su acoso, entonces, ¿por qué no hacerlo?

Si me enojo, me enojo, no me hago la enojada, cuando el alma se pone a jugar al chinchón con el silencio, gana unas cuantas nubes y soy yo la que me enojo, ¿por qué entonces me quedo respirando un poco?

Enojarse es un sentimiento puro y honesto, sobre todo, honesto, ¿por qué no hacerlo?

Si los cincuenta millones de argumentos para no enojarte vienen viajando lento, y las emociones son lo que son, de la humedad, el helecho, entonces, ¿por qué no hacerlo?

Pedirle al jardín que no florezca, y a este otoño que recién comienza que no crezca, sería un petición novelesca, y si tanta novela ha rodado ya por la cabeza, y si lo único que nos quedan finalmente son los sentimientos honestos, ¿por qué no hacerlo?

21 de marzo de 2018

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