Construcción suculenta

Ella, la suculenta, practicaba inspiración delante del televisor. Roncaba mientras la guitarra hacía silencio, y de pronto se despertó. Me llamó por mi nombre y me tocó, como se tocan las ilusiones que se repliegan en el vientre antes de estallar de pasión. Me miró fijo y se deshizo la luz, toda oscuridad nos empapó con detalles blues. Las manos nuestras se acaramelaban in fraganti entre el libro de Foucault y la canción de Harry Nilsson. Volá, me decía, falta poco para el fin y apenas te has despertado. Aprovechá mis labios, me susurraba, porque pocas veces los verás inclinarse ante tus piernas. El sol no contiene en su precinto el calor, porque lo que te quema se arma su almuerzo cuando te abrazo, y me siento furtiva de tanto entretenerme en tu piel: eso me decía, en mi regazo. Yo supliqué, las parcelas donde se construye un amor son inseguras, de agua está hecha su estatura, de barro su compostura, y deseé verter el contenido de mi emoción por su boca, ¡tanto que se me antoja, tanto que su humedad me sonroja! Había un peregrino en ese largo camino que nos separaba del sentido, recitaba sonidos, hablaba con un descaro tal que de la ternura pasamos a la tensión liberal. Así la seduje, controlando con mi esfuerzo desfibrilador su respiración, atascando mi memoria, para que sólo quedáramos ella y yo y lo construido en el almohadón.

31 de mayo de 2017

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