Muero de frío y escribo, tiemblo...

porque no es bello aquello que para una persona se hace, o para aquel ningún auditor, deben alabarlo miles disidentes, ignorantes pero miles, el número y no la belleza, la plata y no la repisa de trofeos, ganados por el alma.

Basta de estupideces, dejemos andar el desvelo para adorarlo en altares de juglares que sólo recitan poemas pensados y gananciales, aquellos que cuchichean, los que hablan. Hablar es ley, el silencio un flagelo.

No se está con la persona que se quiere, sino con la persona que se puede para estar bien. Que insolente destino, acribillador e ingrato, ociosamente hace añicos la lujuria y la cordura. Pensar es poco y sentir es mucho para dejarse andar y no andar por sí solo. Comer un gramo de noche oscura y serena, sin vientos ni escleróticos pelos volátiles, senti la brisa candente en los brazos fríos, oler certezas, parar de pensar y besar la tierra.

Es un intento para dejar de pensar y ser lo que se debe ser, pero más me ofusco y pienso.

Es un alterarse continuamente y que por favor no vean la real nube que justifica el alma, aquella pelambre que nos hace realmente soplar el aire y aspirar el terreno de lo que se ama. Ocultemos aquello que queremos, atemos su herradura y veámoslo con desprecio.

Olvidar para continuar, dejar para vivir, ignorar para repeler esa alegría que nos hace girar el corazón como en brincos y elevaciones, por un poco de cordura. ¿Qué mas da lamer el viento?

Olvidemos la brisa y tendremos el fuego, apagado pero eterno.

Así se vive y se entiende, así se mastica, pero así se huye. ¡Cobardes!

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