Adolescentemente perdida


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Me perdí en el aura, hablando de auras y sensaciones hipnóticas, fue la mirada fija la que atrajo la música al escenario, y no el escenario el que repartió notas y voces. Soledad fue esta noche una fugaz pero prolija presentación, a base de un compendio muy bien seleccionado de canciones primeras y últimas, que engrosaron la calidez y el asombro del público. Interactuar, en complicidad, con el ser, es devolverle la importancia, un espectador que va para ver lo mejor o, como dijo un compañero, para buscar el error, perniciosa actitud que claramente se disipó cuando el carisma de su angelical estirpe engolosinó a los pequeños asistentes.
Me pasó volver a sus comienzos, en aquel Cosquín de grandes, pero con una delicadeza diferente, aquella que da la madurez y el trayecto aprendido, sin dejar de quemar entre sus manos la niñez de sus comienzos. Se notó en el poncho, se percibió en su “Punta Cayastá”, aquellas aniñadas referencias pero siempre cordiales diálogos con el público fueron la reminiscencia de una artista niña vital y ferviente caminante del folklore moderno.
Donde están los ídolos surgen las promesas, camina la ilusión, por esa vista hacia al escenario que espera la mirada y la manera de coincidir.
Por otro lado, van los divismos inmediatos, esos de los que no sabe Soledad pero si su cuidadoso y perfectible alrededor…Ese alrededor lo dejamos, porque conocer al artista quiere significar por fin saber quien es, y lo demás, lamentablemente quedará para quienes esta noche no obtuvieron la oportunidad de arrimarse a pedir fotos o autógrafos.
La cantidad y la calidez, el ordenamiento y la alegría, con eso nos quedamos. Bailar un poco, quedarse escuchando otro tanto, sólo ver para sentir, escuchar para existir, cantar para acompañar, pegarle el carisma que los niños y adolescentes recibieron, y otra vez, que hable el que sabe, que explique el que siente.

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