Varios meses fusilando emociones. Es que el trabajo va rompiendo y caducando tus ilusiones. No se si es personal o general, pero la automatización de la vida genera olvido, espeluznantes criterios del dejar pasar y observar con ojos turbios lo que es más claro. Esto de la rutina va adormeciendo las ganas de decir y sentir. Antes, todo y cada uno de los filamentos que al corazón acariciaban, hacían ebullición y rompían entre cuerdas los acordes del decir. Hoy sólo se apagan. Amagan a salir algunas notas del alma, pero luego viene la fuerza de la batería y el corazón ruge contrayéndose y acumulando las viscisitudes del tiempo transcurrido hacia adentro.

Hoy es mi último mediodía aquí quien sabe por cuánto tiempo. Rogué que pasara y que no. Alabé el aire que emergía luego del sol naciente y furioso de las mañanas. Pensé en regresar pero aun no es el tiempo. El tiempo es sólo cuestión nuestra y de nuestra decisión. El momento es sólo un vértice de la decisión, que encasillada lucha por salir y expresarse hasta que finalmente no escatime en gastos y decida. A los lejos se ve nuevamente el polvo. Surge como un sueño, y aunque no es el mejor es la experiencia y lo que ganamos viviendo y aprendiendo.

Yo te vi y te quise, y te quiero y quien sabe si te querré. Pero es imposible. Hay puntos imposibles de alcanzar, porque hay seres que no permiten que lleguen las caricias. No depende sólo de nosotros, porque el mundo y su energía es un campo de fuerzas de decisión, de querencias y de apetecibles miradas, no hay posibilidad de que una mirada gane por si sola si otra no la acompaña. No la hay. Quien sabe si algún día la tuya me acompañe. Quien sabe si el jugo de tu esencia brille en lucidez y dulzura o si sólo sea una bebida más para hacer descender la sed hasta los cimientos de la saciedad. Ruego que veas, porque yo te veo.

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