¡Que viva!
Porque
un amor, o el amor, amor, no es sólo un diminuto ingrediente con el
que se condimenta el corazón, sino que además exaspera a la
parsimonia y dignifica a la sordera del chusmerío que se aglutina
detrás tuyo, queriéndote consumir y robar las alas. Es un eterno
defensor de tus buenas intenciones, y es un ahuyentador de tus
detracciones.
El
amor es un símbolo más que deseado. (Aunque no sé si habita Puerto
Deseado). Pocos realmente comprenden la sensación que genera, a
veces huye, se retira solemnemente porque sufre de insuficiencia
cardíaca, pero un impulso lo empuja a amar como sólo el sabe, total
e inescrupulosamente.
(Y
ahora transcribo el texto que escribí ayer por el post que publicó
Marta) ¡Que viva el amor! A través del faro de una luz apetecible o
entre los brazos de una noche sedienta por esta bruma, ¡pero que
viva! Irradiando su esencia en un atolondrado y necio latido, o
buscando la porcelana en un beso, ¡pero que viva! Aunque pestañee y
dude por unos segundos, aunque los ladrillos pesen sobre su espalda,
¡que viva! Entrando por el cobertizo a tu mirada o simplemente
inventando otra como resistencia para no abandonar la lucha, ¡pero
que viva!
Que
viva rodeado de vos, y que vos lo rodees, ¡que vos lo contemples y
te contemple!, con caramelos y tés de aromas centrípetos, o con
sabores centrífugos, con unas flores suaves en sus labios,
denostando los secretos y hablando a los ochenta vientos que empujan
los establos. Es que el amor te vive, vivís de amor, respirás por
amor, hasta realizás tremendas escapadas a través del mundo por
amor, llevando tu ilusión. Y a pesar de que sea o no correspondido,
que exista transversalmente, que verifique su estructura a través de
una mirada o que sea tergiversado por un olor imaginario, el amor que
vive en vos, que se aprecia por vos, y que te aprecia a vos, ¡que
viva!
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