No existe

No existe, no, no existe. No existís. Aunque quizás es la falta de jenjibre que ha hecho de mi jornada una nostalgia. (Esa raíz cítrica y picante me hace sentir fuerte y omnipotente). Pero pensándolo mejor, como dijo una vez mi profesor Christian Ferrer, la nostalgia se produce cuando se extraña algo (o a alguien) que ya no está. ¿O es esa la melancolía?

Acá nunca estuvo ni la tuve. Por lo tanto, ¿de qué ha actuado esta sensación tan grotesca? Nada le ha importado, ni el hambre crujiente de mi estómago, ni la falta de tiempo para reflexionar, ni nada, nothing at all. Sensación con falta de piedad, revolución con ausencia de voluptuosidad.  Pero la existencia del "no existe" todo el día me ha acompañado. Todo y nada como un vértigo apetitoso. Todo y nada. Cada pequeño elemento feliz es todo, y es nada. Y luego existe otra vez, y otra.

Es probable que sufra por la inimputabilidad de la imaginación, tan inmutable ante mis reclamos, tan indiscreta ante mis valientes pedidos. ¡Basta! No existís. No existe. Pero su presencia es innegable. La quiero, regocijada en la palma de mis manos, oliendo a una primavera aún sin su 21 de septiembre, pero no, no existe. No creo, pero la siento.

¡Si pudiera encarcelar en la acera y en el cemento de una baldoza este sentimiento!, pero habita mi corazón y me rompe la estructura funcional, para entregarse como un armamento disfuncional a los placeres de la liviandad y de la fiesta.

 Es un voraz y frío desierto de ausencia, es una mentira. Como mentirosa es la red que se teje entre almas desesperadas, buscando atrapar voluntades y solventar la podredumbre de las libertades, así es esta belleza infernal que ingresa en mi cuerpo y le fomenta la vibraciones. Así es como atasca mi razonamiento, como contorsiona la inestabilidad del viento, así es como odio y amo este lamento, así es como quiero denigrar y cómo necesito este tormento.

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