¡Ay, el amor!
Entre
la escasa decodificación de mensajes, las barreras silenciosas de la
escucha y los programas de campo y pesca (presentaciones y
entrevistas) en los que aparecí por los treinta años de Vía
Patagónica (especial emitido en el canal local) me he reído tanto
que hasta olvidé que los lunes sacuden al puntiagudo ocaso y
elaboran delirantes fogonazos.
Si
la búsqueda fuera una herradura, desgastada estaría, como un
secreto que pretende acaramelar un oído (dorarlo, pronunciar sus
ondulaciones), identificar unos labios en el beso, asegurar el regazo
de un alma, introducir la madurez en la atención, salvar al corazón
de su extinción.
Al
camino lo transito como buscando llegar a desintegrar la resistencia,
afelpar un encuentro (ya que la moda avisa que se usa el terciopelo)
e insignificar los obstáculos que va poniendo el viento...Me tiento,
de raíces me alimento, despierta me siento, enseñando en el terreno
mi veneno. No es un camino común, tiene una tranquera para
despistar, es la que me invento, para parecer una guerrera en un
refugio de cristal.
Se
escuchan los extremos como pigmentos desvelados, risas y silencios se
acarician como fugaces enamorados, se tientan uno al otro extasiados,
se abrazan sacrificando lo que han olvidado para recordar que se han
apasionado, practican los besos en exceso, esconden su pasión de la
gente para conservar la belleza que los enciende.
¡Es
tan bello el amor!, aunque no sirva para nada en ocasiones, aunque se
haya reducido y aunque sea (sólo sea) en esos extremos seducido. Tan
precioso es que ahuyenta de los mares los derrames de dolor, que
presenta en una página la belleza de su canto y se apacigua
locamente con la tibieza de su manto. ¡Ay, el amor! ¡A ver si
alguien puede con su estupor!
(Entre lunes y miércoles, como esos extremos seductores)
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