Ladridos de moscas

No se quien es, aquel que desde el olfato experimenta terror en el otoño. Surgen los ladridos y avanzo. Me río en forma descocida mirando los pasteles de los parásitos recorrer las calles hipócritas. Huelen hasta las piedras entre fragancias y renombramientos matutinos. Clasificar, fiscalizar, penalizar, señalar, burlar, ejercicios desastrosamente argûidos y manifestados por un inconsciente incómodo y de psicología contraria. ¡Sudan las barreras del horror!, ¡tiemblan los supuestos! Entre el ronroneo de los animales y las mieles de la charlatanería se arma la fogata de la envidia, los envidiantes saltan bailando alrededor, entre miradas cruzadas que olfatean a las presas..

Tengo todo este rollo introductivo en el tintero, buscando rayar la pantalla, o simplemente quebrarla para el espanto, y desde aquí poder introducir un capítulo del libro "Asi habló Zaratustra", de Friedrich Nietzsche. Hace años cruzó mis ojos como alborada repentina, y reí a carcajadas, pero además me tranquilizó la mirada y me acompañó, ya no me sentí más sola.

De las moscas del mercado

"¡Huye, amigo mío, a tu soledad! Ensordecido te veo por el ruido de los grandes hombres, y acribillado por los aguijones de los pequeños.

El bosque y la roca saben callar dignamente contigo. Vuelve a ser igual que el árbol al que amas, el árbol de amplias ramas: silencioso y atento pende sobre el mar.

Donde la soledad acaba, allí comienza el mercado; y donde el mercado comienza, allí comienzan también el ruido de los grandes comediantes y el zumbido de las moscas venenosas.

En el mundo las mejores cosas no valen nada sin alguien que las represente: grandes hombres llama el pueblo a esos actores.

El pueblo comprende poco lo grande, esto es: lo creador. Pero tiene sentidos para todos los actores y comediantes de grandes cosas.

En torno a los inventores de nuevos valores gira el mundo: - gira de modo invisible. Sin embargo, en torno a los comediantes giran el pueblo y la fama: así marcha el mundo.

Espíritu tiene el comediante, pero poca consciencia del espíritu. Cree siempre en aquello que mejor le permite llevar a los otros a creer - ¡a creer en él!

Mañana tendrá una nueva fe, y pasado mañana, otra más nueva. Sentidos rápidos tiene el comediante, igual que el pueblo, y presentimientos cambiantes.

Derribar - eso significa para él: demostrar. Volver loco a uno - eso significa para él: convencer. Y la sangre es para él el mejor de los argumentos.

A una verdad que sólo en oídos delicados se desliza llámala mentira y nada. ¡En verdad, sólo cree en dioses que hagan gran ruido en el mundo!

Lleno de bufones solemnes está el mercado - ¡y el pueblo se gloría de sus grandes hombres! Estos son para él los señores del momento.

Pero la hora los apremia: así ellos te apremian a ti. Y también de ti quieren ellos un sí o un no. ¡Ay!, ¿quieres colocar tu silla entre un pro y un contra?

¡No tengas celos de esos incondicionales y apremiantes, amante de la verdad! Jamás se ha colgado la verdad del brazo de un incondicional.

A causa de esas gentes súbitas, vuelve a tu seguridad: sólo en el mercado le asaltan a uno con un ¿sí o no?

Todos los pozos profundos viven con lentitud sus experiencias: tienen que esperar largo tiempo hasta saber qué fue lo que cayó en su profundidad.

Todo lo grande se aparta del mercado y de la fama: apartados de ellos han vivido desde siempre los inventores de nuevos valores.

Huye, amigo mío, a tu soledad: te veo acribillado por moscas venenosas. ¡Huye allí donde sopla un viento áspero, fuerte!

¡Huye a tu soledad! Has vivido demasiado cerca de los pequeños y mezquinos. ¡Huye de su venganza invisible! Contra ti no son otra cosa que venganza.

¡Deja de levantar tu brazo contra ellos! Son innumerables, y no es tu destino el ser espantamoscas.

Innumerables son esos pequeños y mezquinos; y a más de un edificio orgulloso han conseguido derribarlo ya las gotas de lluvia y los yerbajos.

Tú no eres una piedra, pero has sido ya excavado por muchas gotas. Acabarás por resquebrajarte y por romperte en pedazos bajo tantas gotas.

Fatigado te veo por moscas venenosas, lleno de sangrientos rasguños te veo en cien sitios; y tu orgullo no quiere ni siquiera encolerizarse.

Sangre quisieran ellas de ti con toda inocencia, sangre es lo que sus almas exangües codician - y por ello pican con toda inocencia.

Mas tú, profundo, tú sufres demasiado profundamente incluso por pequeñas heridas; y antes de que te curases, ya se arrastraba el mismo gusano venenoso por tu mano.

Demasiado orgulloso me pareces para matar a esos golosos. ¡Pero procura que no se convierta en tu fatalidad el soportar toda su venenosa injusticia!

Ellos zumban a tu alrededor incluso con su alabanza: impertinencia es su alabanza. Quieren la cercanía de tu piel y de tu sangre.

Te adulan como a un dios o a un demonio; lloriquean delante de ti como delante de un dios o de un demonio. ¡Qué importa! Son aduladores y llorones, y nada más.

También suelen hacerse los amables contigo. Pero ésa fue siempre la astucia de los cobardes. ¡Sí, los cobardes son astutos!

Ellos reflexionan mucho sobre ti con su alma estrecha, - ¡para ellos eres siempre preocupante! Todo aquello sobre lo que se reflexiona mucho se vuelve preocupante.

Ellos te castigan por todas tus virtudes. Sólo te perdonan de verdad - tus fallos.

Como tú eres suave y de sentir justo, dices: «No tienen ellos la culpa de su mezquina existencia». Mas su estrecha alma piensa: «Culpable es toda gran existencia».

Aunque eres suave con ellos, se sienten, sin embargo, despreciados por ti; y te pagan tus bondades con, daños encubiertos.

Tu orgullo sin palabras repugna siempre a su gusto; se regocijan mucho cuando alguna vez eres bastante modesto para ser vanidoso.

Lo que nosotros reconocemos en un hombre, eso lo hacemos arder también en el. Por ello ¡guárdate de los pequeños!

Ante ti ellos se sienten pequeños, y su bajeza arde y se pone al rojo contra ti en invisible venganza.

¿No has notado cómo solían enmudecer cuando tu te acercabas a ellos, y cómo su fuerza los abandonaba, cual humo de fuego que se extingue?

Sí, amigo mío, para tus prójimos eres tú la conciencia malvada: pues ellos son indignos de ti. Por eso te odian y quisieran chuparte la sangre.

Tus prójimos serán siempre moscas venenosas; lo que en ti es grande - eso cabalmente tiene que hacerlos mas venenosos y siempre más moscas.

Huye, amigo mío, a tu soledad y allí donde sopla un viento áspero, fuerte. No es tu destino el ser espantamoscas.

Así habló Zaratustra."

Trad. A. Sanchez Pascual, Alianza Editorial
Fuente: www.nietzscheana.com.ar

THE FLIES IN THE MARKET-PLACE.

Flee, my friend, into thy solitude! I see thee deafened with the noise of
the great men, and stung all over with the stings of the little ones.

Admirably do forest and rock know how to be silent with thee. Resemble
again the tree which thou lovest, the broad-branched one--silently and
attentively it o'erhangeth the sea.

Where solitude endeth, there beginneth the market-place; and where the
market-place beginneth, there beginneth also the noise of the great actors,
and the buzzing of the poison-flies.

In the world even the best things are worthless without those who represent
them: those representers, the people call great men.

Little do the people understand what is great--that is to say, the creating
agency. But they have a taste for all representers and actors of great
things.

Around the devisers of new values revolveth the world:--invisibly it
revolveth. But around the actors revolve the people and the glory: such
is the course of things.

Spirit, hath the actor, but little conscience of the spirit. He believeth
always in that wherewith he maketh believe most strongly--in HIMSELF!

Tomorrow he hath a new belief, and the day after, one still newer. Sharp
perceptions hath he, like the people, and changeable humours.

To upset--that meaneth with him to prove. To drive mad--that meaneth with
him to convince. And blood is counted by him as the best of all arguments.

A truth which only glideth into fine ears, he calleth falsehood and
trumpery. Verily, he believeth only in Gods that make a great noise in the
world!

Full of clattering buffoons is the market-place,--and the people glory in
their great men! These are for them the masters of the hour.

But the hour presseth them; so they press thee. And also from thee they
want Yea or Nay. Alas! thou wouldst set thy chair betwixt For and Against?

On account of those absolute and impatient ones, be not jealous, thou lover
of truth! Never yet did truth cling to the arm of an absolute one.

On account of those abrupt ones, return into thy security: only in the
market-place is one assailed by Yea? or Nay?

Slow is the experience of all deep fountains: long have they to wait until
they know WHAT hath fallen into their depths.

Away from the market-place and from fame taketh place all that is great:
away from the market-Place and from fame have ever dwelt the devisers of
new values.

Flee, my friend, into thy solitude: I see thee stung all over by the
poisonous flies. Flee thither, where a rough, strong breeze bloweth!

Flee into thy solitude! Thou hast lived too closely to the small and the
pitiable. Flee from their invisible vengeance! Towards thee they have
nothing but vengeance.

Raise no longer an arm against them! Innumerable are they, and it is not
thy lot to be a fly-flap.

Innumerable are the small and pitiable ones; and of many a proud structure,
rain-drops and weeds have been the ruin.

Thou art not stone; but already hast thou become hollow by the numerous
drops. Thou wilt yet break and burst by the numerous drops.

Exhausted I see thee, by poisonous flies; bleeding I see thee, and torn at
a hundred spots; and thy pride will not even upbraid.

Blood they would have from thee in all innocence; blood their bloodless
souls crave for--and they sting, therefore, in all innocence.

But thou, profound one, thou sufferest too profoundly even from small
wounds; and ere thou hadst recovered, the same poison-worm crawled over thy
hand.

Too proud art thou to kill these sweet-tooths. But take care lest it be
thy fate to suffer all their poisonous injustice!

They buzz around thee also with their praise: obtrusiveness, is their
praise. They want to be close to thy skin and thy blood.

They flatter thee, as one flattereth a God or devil; they whimper before
thee, as before a God or devil. What doth it come to! Flatterers are
they, and whimperers, and nothing more.

Often, also, do they show themselves to thee as amiable ones. But that
hath ever been the prudence of the cowardly. Yea! the cowardly are wise!

They think much about thee with their circumscribed souls--thou art always
suspected by them! Whatever is much thought about is at last thought
suspicious.

They punish thee for all thy virtues. They pardon thee in their inmost
hearts only--for thine errors.

Because thou art gentle and of upright character, thou sayest: "Blameless
are they for their small existence." But their circumscribed souls think:
"Blamable is all great existence."

Even when thou art gentle towards them, they still feel themselves despised
by thee; and they repay thy beneficence with secret maleficence.

Thy silent pride is always counter to their taste; they rejoice if once
thou be humble enough to be frivolous.

What we recognise in a man, we also irritate in him. Therefore be on your
guard against the small ones!

In thy presence they feel themselves small, and their baseness gleameth and
gloweth against thee in invisible vengeance.

Sawest thou not how often they became dumb when thou approachedst them, and
how their energy left them like the smoke of an extinguishing fire?

Yea, my friend, the bad conscience art thou of thy neighbours; for they are
unworthy of thee. Therefore they hate thee, and would fain suck thy blood.

Thy neighbours will always be poisonous flies; what is great in thee--that
itself must make them more poisonous, and always more fly-like.

Flee, my friend, into thy solitude--and thither, where a rough strong
breeze bloweth. It is not thy lot to be a fly-flap.--

Thus spake Zarathustra.


From: Gutenberg.org

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