Las diez

Son las diez, y aunque no estés, la comisura de tus labios me aleja de la desnudez, del tiempo, de la distancia, y hasta de la fragancia que me engaña.
Esta Patagonia tan de ella misma me acerca hacia su enigma. Los pastos medio verdes y medio amarillos no espantan a tus ojos y sus brillos, que son como esos pequeños latiguillos que me atrapan junto al canto de los grillos.
Si me adjudico la autoría del trayecto hacia tus besos dejaré de ocultar mis secretos. Hago con la noche un nexo, por eso me cuesta tanto dormir cuando te pienso. Esta tierra guarda tantos peros, que a veces me veo en una mata seca cocinando tacos, hablando con los cardos, pidiendo permiso a los fardos, para imaginar y ver si allí a tu sombra atajo.
El desayuno me ha marcado el camino, sentí tu aroma como si lo hubiera tenido, el corazón se me acelera si pienso que pensar en vos vale la pena. ¿Cuál pena?
Mi boca espera, como si nunca hubiera besado guarda sus deseos a un costado, los protege del tiempo, hasta que pueda sentir tus besos y saciarse con raciones de alimento. Con tanta acumulación tengo temor de perder la razón, pero valdría la pena por besarte a vos.
Esta mañana me maneja como le da la gana, inútil es arañar sus patrañas, es una mecedora cercana, con su respiración en mi cuello te trae de nuevo hacia casa, y aunque silenciarme intento, la verdad es un espiral que no se quema con fuego.
27 de marzo de 2017

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