Antes de corregir

Las lágrimas se apresuran y van gimiendo por las mejillas de la oscuridad, a un paso de contemplar el manantial, se descubren en su honestidad, desmontan la grandeza de su intimidad. Hoy no es tiritar ni desestimar, no es descartar ni descontar, es acrecentar la soledad.

Posar la mirada en la humedad resplandeciente, pretender más, y sólo encontrar un gesto indiferente, la gente, apenas huele lo virtual, en su laberinto se pierde. Vas pero casi no volvés, y en su caliente acolchado de plumas te perdés.  Si puedo entender a dónde voy, entenderé por qué este camino aprieta su acelerador con la ternura del sol.

Me acuerdo poco del aroma que contorneaba el patio de la casa de mi abuela, donde la planta de jazmín dejaba en mi imaginación sus secuelas, ¿se habrá perdido en el cauce de mis venas?

Voy apareando la mirada que me gusta, y sin embargo esos ojos no me buscan. ¿Despertaré o seguiré? ¿Hasta cuándo me empeñaré? ¿Amo la ceguera o es que estoy cómoda en su bañadera?

Debo respetar demasiado los tratos, o tanto deambular por la estupidez me debe haber congelado los caños. Dicen que no hay que claudicar, y si al final tengo tu piel me animo a cruzar el mar, ¿pero en qué posición deberé esperar? Esto de estar sentada dejando pasar el tiempo hace que los sabios se burlen de mis intentos.

Y ojalá el amor fuera algo tan razonable que depender de él resultara una suma de almas contables, pero cada vez que respiramos sus encantos parecen urdir elucubraciones los huracanes.

Huyo de aquí y regreso a mí, vuelvo a escuchar el ruido de mi beso infeliz, ¡y ahora sólo tengo que corregir! Pues de una vez a sentarse, las manecillas por vos no van a inclinarse.

Algunos días de agosto de 2017

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