Vendaval de viernes

La fobia del viento tiene a los profesores desatentos. Tratan de ironizar sobre los sarcófagos del tiempo, pero tan guardaditos están los anhelos que quizás, si cambia el momento, se coman mientras esperan unos caramelos. Los ácidos me gustan más que otros, saborizan la sensación de lo que ignoro, y luego parece que todo lo conozco, sí, la sabiduría celebra mi estupidez  en su velorio.

Quejarse no sirve de nada, son caminos de mentes idiotizadas, pensar será el camino más rápido para volver a empezar pasándole al pasado un látigo.

Qué diversión, veo tu cuadro y me vuelvo a sentir en ese estado de imperfección, pero qué tremenda pasión, el corazón se vuelve un centrípeto de tus ojos en una explosión.

¿La música? Y si, escucho cada cosa que tiño mi alma de rosa, doradita luego la dejo para sazonar su peso, que es liviano como el deseo de que me recorran tus manos. De esas melodías me entretienen las que son del piano, hago como que sueño en campos ilusionados, me tomo un cafecito bien cargado, como los que a mi me gustan, y me olvido que la tormenta va cargada de injurias.

Los que hablan que sean parlanchines, total de sus plantines sólo crecerán misiles, nada importante, la verdad es algo que desconocen, y ni siquiera se toman momentos para perderse entre las voces, perderse, digo, perderse, como bellos sueños fugaces, ya que sólo engendran entre el gentío carcomidos gritos, párrafos agresivos, nada persuasivos, y de la temperatura del amor apenas tienen un distintivo, nada real, sólo frases que perecen con su propio mal.

Ramas anonadadas (como yo con tu intensidad amada), pervierten al viento y se mufan de su alimento. Y aunque las ráfagas se oscurecen, la furia del verde hace que mi atención se integre, nada quiero perderme, hasta cuando vos surgís como un vendaval en viernes.

Viernes 17 de febrero de 2017.

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