Los hombres que hablaban de las mujeres. Las mujeres que hablaban de los dos.
Hombres que hablan de
mujeres como lagartos y carne podrida a disfrutar en sus mandíbulas serenas.
Mujeres que hablan de mujeres y hombres como animales avivados y feroces de tregua
lenta y paso acomodado. Me sé todas esas charlas, malas palabras y engendros de
frases coaccionadas por su ceguera, secundadas por sus ansias de poder en el
vocablo anglical de sus costumbres mórbidas. Es que el poder de la palabra y de
la charlatanería reemplaza el poder verdadero del ser que no tienen ni tendrán.
Se encarnan las uñas con
sus insensateces. Parecen la parición de lo que no se tiene ni se puede
comprar. Adulan delante de unos y denostan delante de otros. Un libre albedrío
del parlanchín que no puede pero quiere. Acicalado en sus modales, panificado
en su hambre pero insaciable en su sed, admite los comentarios ante un montón y
niega los eufemismos ante el glotón, que afanado por escuchar también comenta y
asiente para pertenecer el clérigo del poder. ¡Admitan miseria en sus lenguas
viperinas, porque son miseria en sus vidas mendigas!
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